Como los buenos vinos
¿Qué es lo que les otorga valor a los instrumentos? ¿Cuánto influye el paso del tiempo? Un antiguo violín y un nuevo piano ayudan a reflexionar sobre los aspectos simbólicos y técnicos que roden a las buenas melodías
Tal vez la comparación sea un poco vulgar, pero resulta al mismo tiempo certera: en cierto modo, los instrumentos musicales son como los vinos. Ningún instrumento tiene el mismo sonido que otro del mismo fabricante, del mismo modo que, para quien sea un catador experto, los vinos de una misma bodega pueden tener también sabores distintos. Pero esto no implica que la preferencia por uno u otro instrumento sea meramente caprichosa: existen razones incuestionables que sitúan a un piano, por ejemplo, por encima de otros. A partir de cierto nivel, sin embargo, las inclinaciones son idiosincrásicas, a tal punto que algunos pianistas no pueden vivir sin un determinado instrumento: Vladimir Horowitz optaba por tocar en cada sala con su propio piano, y tampoco Glenn Gould podía vivir sin su piano, exigencia que naturalmente no presenta dificultades, y es de rigor, para un violinista, un cellista o un flautista. Como sea, la relación que un instrumentista mantiene con su instrumento, incluso en el caso de los pianistas, cuyos cuerpos están tan lejanos del instrumento, es de una rara intimidad.
Recientemente, hubo en Buenos Aires dos noticias relacionadas con instrumentos: un nuevo piano (un Steinway de gran cola, modelo D, fabricado hace siete años en Hamburgo), y la resurrección sonora por el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco de la ciudad de Buenos Aires de un violín Guarneri del Gesù construido en Cremona en 1732, restaurado ahora por Horacio Piñeiro y vuelto a tocar por Pablo Saraví. Son dos extremos: un instrumento muy nuevo y otro muy antiguo. Este contraste permite justamente preguntarse por las razones que hacen que un instrumento sea preferible a otros y si esa preferencia se vincula o no con la edad del instrumento. En su libro El piano: notas y vivencias, el pianista Charles Rosen observaba algo similar: "Los pianos mejoran con la edad. La gran pieza de madera que es caja de resonancia se va curando con el tiempo y vibra con una mayor calidez. Se dice que los violines mejoran con el paso de los siglos simplemente por el hecho de tocarse, con la madera reaccionando lentamente a las numerosas interpretaciones. No sé si esto es cierto, pero a fin de cuentas, una sustancia orgánica como la madera puede experimentar un cambio gradual, afectada por el uso continuado".
A la vez, Rosen no ignora que los pianos, incluso lo mejores, se deterioran con la edad. En un piano, las alteraciones del envejecimiento son más marcadas y más desastrosas que las sufridas por otros instrumentos: en un mecanismo tan complejo, hay que sustituir partes continuamente; no sólo las cuerdas, sino los martillos y los fieltros. Es por eso que, en el caso de un piano antiguo, es tan difícil imaginarse el sonido original. Como escribe Rosen: "En su complejidad, el piano es uno de los instrumentos más frágiles. La belleza tonal aumentada por el envejecimiento se ve amenazada por el deterioro inminente".
Al estar hechos de madera, una sustancia orgánica, cada piano y cada violín tienen sus irregularidades que los singularizan. Sin exagerar demasiado, podría decirse que cada instrumento posee su propia personalidad.
En Viena, el famoso Kunsthistorisches Museum destina, en un edificio aparte, un pabellón completo a instrumentos musicales antiguos. Quien recorra sus numerosas galerías encontrará muchas curiosidades: la siempre asombrosa serpiente, ese instrumento de viento de cuya forma extrae su nombre; o instrumentos de teclado en los que la función musical no se separa del uso en el mobiliario cotidiano, pero también muchos otros, sobre todo teclados, que podrían tocarse aún hoy en una sala de conciertos. Con la irrupción de las corrientes historicistas que buscan, de manera casi arqueológica, el sonido más cercano a la época de composición de una pieza (en otras palabras, escuchar la pieza como la habrían oído presumiblemente sus contemporáneos) volvió a utilizarse, por ejemplo, el fortepiano, precursor del piano moderno. Andreas Staier y Richard Egarr, por limitarse a dos nombres, grabaron obras de Mozart y Schubert en fortepiano, en la persecución utópica del sonido que tenían en mente los compositores.
Sobre gustos ¿Por qué un piano es mejor que otro? "Bueno, entra siempre en el terreno subjetivo de cada pianista", explica el pianista Daniel Rivera que estrenó en Buenos Aires el piano adquirido por Amijai. También él recurre a la metáfora vitivinícola. "Podríamos responder con otra pregunta: ¿es acaso mejor un Pinot Noir, un Cabernet Sauvignon, o un Malbec? Cada piano posee características diferentes. Entre los pianos más destacados de la era moderna, y nos referimos al 1900, contamos no solamente con Steinway y Bösendorfer (poseo uno de gran cola de 2,74 metros), sino también con pianos ilustres como el Fazioli, que cuenta con un gran cola de 3,08 m; con otro modelo que tiene, además, 4 pedales y un Borgato, que ha construido también el famoso doppio Borgato, consistente prácticamente en dos pianos de cola, de los cuales uno está colocado debajo y tiene una pedalera tipo órgano. Estos dos pianos comunican su sonido a través de un mecanismo de pedales".
Rivera menciona los pianos Steinway y Bösendorfer, aunque por supuesto hay otros (Bechstein, Kawai, Blüthner y Yamaha, elegido por Glenn Gould para su segunda grabación, en 1981, de las Variaciones Goldberg), de Johann Sebastian Bach), esas dos esas dos marcas dominan la imaginación de los pianistas. Como si hubiera dos bandos. Aun así, hay zonas de superposición: en el registro integral de las sonatas de Beethoven para el sello ECM, András Schiff usó un Steinway para las piezas más virtuosas y un Bösendorfer para aquellas que requerían un sonido más pesado. "Personalmente prefiero los pianos, digamos, un poco más pastosos y menos chillones, en los que el pianista necesita buscar un timbre especial, el timbre que diferencia o caracteriza al pianista", hace notar Rivera. Quien haya escuchado justamente el Steinway de Amijai sabe que tiene ese sonido brillante. "La cuestión del repertorio apto para cada piano es cierta, pero es también una reflexión o elección muy personal, e incluso filológica. Existe una corriente que prefiere los instrumentos antiguos o de época para interpretar un cierto tipo de repertorio, y podríamos nombrar en este caso una especie de moda que consiste en tocar la música de Chopin en un Pleyel (que era su piano favorito) o de Beethoven sobre un Graf o Broadwood. Se entra en este caso en un terreno especializado".
En el caso de los violines, las ventajas de un instrumento sobre otro pueden definirse de manera menos idiosincrásica. Según Saraví, concertino de la Filarmónica de Buenos Aires y fundador del Cuarteto Petrus, "un buen violín debe tener calidad en todas las cuerdas y a lo largo de la extensión del registro. Debe contar con buen volumen sonoro y una gran amplitud de rango dinámico, desde un muy sutil pianissimo hasta un fortissimo poderoso. Debe también -y esto es algo especialmente buscado por los ejecutantes- tener docilidad y ser cómodo de medidas, porque hay pequeñísimas diferencias (de milímetros o de décimas de milímetros) que definen esta comodidad. Es requisito de un gran instrumento la sensibilidad bajo el arco, o sea, la respuesta inmediata a los menores requerimientos del intérprete".
El Guarnerius del Gesù 1732 "Armingaud/Fernández Blanco" (como en una genealogía, el violín incorpora el nombre de sus propietarios) pertenece a ese grupo de instrumentos de élite. "En ellos -explica Saraví-, esas cualidades se hallan en grado superlativo, sumadas a una voz del instrumento muy particular, donde los graves son tipo cello y los agudos como el mejor de los sopranos, sin olvidar los coloridos sonidos del rango medio. El poderoso volumen de este Guarnerius lo pone entre los mejores violines de este autor. La sensación al tocarlo es de reserva ilimitada de colores y potencia sonora. Es un instrumento ideal para los más exigentes virtuosos del violín." Algo de eso se puede escuchar en el CD que acompaña el libro Un Guarnerius en Buenos Aires, editado a propósito del hallazgo del violín en el Fernández Blanco.
Sin embargo, si se lo piensa dos veces, los mejores instrumentos acaso sean, al margen de las preferencias de los ejecutantes, aquellos que consiguen volverse metafóricamente invisibles, que son como cristales o lentes de aumento que revelan sin deformaciones el arte del intérprete.